Los padres de familia hablan de la nueva generación como si nada tuvieran que ver con ella
– Autor desconocido
Ponerle nombre a las generaciones fue como hacer sonar la campana de un ring de boxeo: las críticas y recriminaciones entre unas y otras han sembrado juicios y descalificaciones cuando el objetivo de Howe y Strauss, autores de la teoría de las generaciones, era alentar la comprensión.
Mientras los millennials son duramente juzgados como aquéllos que desean beneficios sin esfuerzo, que carecen de valores y se sienten merecedores de todo, los boomers parecen enfrentar serias dificultades para adaptarse a los nuevos contextos, caracterizados por la tecnología, el cambio acelerado y la globalización, convirtiéndose ellos mismos en un muro para el progreso. Y esta confrontación permea en todos los ámbitos: laboral, educativo, familiar e incluso político.
Le invito pues, amable lector, a que hoy echemos un vistazo a qué es lo que subyace a estas diferencias, con la esperanza de que desde su entendimiento, podamos empezar a construir puentes para potencializar los frutos de la diversidad generacional.
Empecemos por comprender lo que es una generación. Los miembros de una generación comparten una edad en un momento de la historia. Durante su infancia y adolescencia, viven una serie de eventos históricos y estilos de vida que dan forma a sus creencias y comportamientos[1] de tal suerte que incorporan en ellos actitudes y valores comunes.
Howe y Strauss, en su estudio sobre las generaciones de los últimos tres siglos, encontraron cuatro patrones básicos generacionales que se repiten de manera cíclica, tal como parece que la historia lo hace.
De esta forma, la generación baby boomer (nacidos después de la Segunda Guerra Mundial) pertenecen al arquetipo llamado de los profetas. Al crecer precisamente después de terminada la guerra, se encuentran en un ambiente que pretende un orden social nuevo, son criados de manera relajada y crecen como jóvenes narcisistas, cruzados de un despertar espiritual (¿recuerdan la época hippie?). Su huella es su compromiso con una visión, sus valores y un vínculo a algo superior a ellos, ya sea una religión, una filosofía o un ideal. Es decir, leen el mundo desde sí mismos.
La generación siguiente es la famosa “X” (nacidos aproximadamente entre 1960 y 1980). Pertenece al arquetipo denominado “nómadas”. Pasan su infancia durante el despertar espiritual que promueve la generación de los baby boomers, quienes están ocupados luchando en contra del orden institucional establecido. De esta forma, son niños que crecen desprotegidos, rodeados de la amenaza permanente de la guerra fría, y sorteando de crisis en crisis. Esto los convierte en jóvenes adultos alienados, con una filosofía simplista y pragmática (si funciona, úsalo) y debido a las experiencias de su entorno, su principal objetivo es la supervivencia. La inestabilidad que rodea su vida joven, hace que relativicen muchas cosas: aprendieron a vivir el momento e hicieron desechable desde los pañales hasta las relaciones, viviendo endeudados con tarjetas de crédito.
De ahí, siguen los millennials, una generación que nace en las dos últimas décadas del siglo pasado. Al ser normalmente hijos de baby boomers y distinto a la creencia popular, son niños que crecen en un ambiente muy cerrado, muy protegido, lo opuesto a como fueron criados sus padres. Su vida está marcada por haber visto la caída del muro de Berlín, el ascenso de las redes sociales y la era digital. Como jóvenes, son héroes que expresan su individualismo, trabajando en equipo y haciendo comunidad para salvar al mundo, principalmente en temas sociales y ambientales con un tinte que combina energía y arrogancia.
La generación más reciente son los centennials[2] que corresponden al arquetipo de los artistas. Estos niños nacen ya en el siglo XXI y se encuentran en su adolescencia en estos momentos. Crecen en medio de crisis históricas, por lo cual son sobreprotegidos por sus padres y se perciben empoderados. En la lógica de los arquetipos, su característica será el pluralismo, ser expertos y la búsqueda del respeto a las garantías de los derechos de todos los individuos. Sin embargo, deberemos poner especial atención a ellos pues si bien la crisis actual de COVID19 que vivimos corresponde al arquetipo, se trata de infantes y adolescentes que fueron sorprendidos por su propia vulnerabilidad, que de pronto descubrieron que la vida les cambió en un instante y la sombra de la muerte y del quebranto económico los acecha. El miedo, la ansiedad y la incertidumbre están dejando una huella importante en su visión de vida.
Las diferencias entre las generaciones son evidentes y naturales; Howe y Strauss demuestran que siempre han existido y así seguirán. Lo interesante es la forma en que nos deslindamos unas de otras, siendo que hay una responsabilidad como padres y abuelos de las generaciones presentes. Cada nueva generación enfrenta un contexto distinto, con complejidades de diferente tono y dimensión. Finalmente, a cada generación le toca vivir un mundo heredado por las generaciones precedentes y lo sortea con los recursos y herramientas que les fueron legados.
La transformación social no viene entonces de querer cambiar a la siguiente generación, pues su actuar no encaja con nuestro juicio y no nos valida lo que nosotros somos, hacemos o anhelamos. Se trata más bien de acompañar a las nuevas generaciones, a transitar por un presente que les legamos hacia un futuro que no es nuestro.
En la próxima edición, si usted me lo permite, seguiré compartiendo algunas reflexiones sobre la convivencia de estas diferentes generaciones en los ámbitos laborales y familiares.
[1] https://www.lifecourse.com/about/method/phases.html
[2] Howe y Strauss les denominan homelanders. Se ha interpretado esta acepción tanto como aquéllos que residen en sus casas (por que sus pasatiempos son principalmente videojuegos y redes sociales) como aquéllos que del mundo hacen su hogar. Existe un debate intelectual a este respecto, debido a lo jóvenes que son aún.
