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Nudos de la vida común. Cultura mata estrategia.

Una máquina puede hacer el trabajo de 50 hombres corrientes. Pero no existe ninguna máquina que pueda hacer el trabajo de un hombre extraordinario.

Elbert Hubbard

Decía Facundo Cabral que el trabajo es tan malo que pagan por hacerlo. Esta frase ingeniosa, como todo él, se convirtió en la favorita de muchos mexicanos. Pero como en toda narrativa romántica, conviene detenernos un momento a ponderar el efecto que tiene en nuestras actitudes, nuestro comportamiento, pero sobre todo, en nuestro autoconcepto.

Ciertamente, en primera instancia, un estímulo potente para conseguir un trabajo, es obtener una remuneración económica que nos permita satisfacer las necesidades primarias de la vida: alimento, vestido, techo. La capacidad de resolver nuestras necesidades con el fruto del trabajo es un mensaje poderoso que nos damos a nosotros mismos sobre nuestra valía y es la forma en la que el trabajo dignifica al hombre.

Evaluar la bondad del trabajo en razón a que cobramos por hacerlo, sin embargo,  nos reduce de personas a objetos, de individuos a banda de producción en serie. Como trabajadores, asumir esta frase como cierta, nos sitúa en nuestra autoestima al mismo nivel de esos equipos productivos a los cuales tememos que con el avance de la tecnología lleguen a desplazarnos y dejarnos sin sustento.

Peor aún, si es la propia empresa la que visualiza el trabajo de esta forma, se pierde de todo el potencial humano que está incluido en su nómina. Cuando se contrata a un colaborador, se está incorporando a una persona completa, no solo una serie de competencias.

Por un lado, no solo se adquieren las destrezas, habilidades y experiencia descritas en un perfil de puesto, sino todas aquellas otras que posee la persona y que son adicionales a lo que se andaba buscando. Sus aficiones, sus afectos, sus valores, sus actitudes y sus anhelos son una fuente inagotable de posibilidades, si se les sabe ver y desarrollar.

Por otro lado, es menester decirlo, también vienen incluidos sus frustraciones, sus heridas, sus malos hábitos, sus resentimientos y sus miedos. Todos ellos representan la gran oportunidad para la empresa de poner su granito de arena como reconstructora del tejido social. No se trata de asumir la responsabilidad de la sanación y del crecimiento del colaborador, sino poner las condiciones para que lo haga por él mismo.  La recompensa para la empresa será colaboradores comprometidos, capaces, seguros de sí mismos, que orgullosamente contribuyen al éxito de la empresa y de su país.

La buena noticia es que la narrativa contraria funciona de la misma manera en nuestro autoconcepto. El trabajo es tan bueno, que nos pagan por hacerlo. Como todo por lo que nos resulta apreciado y estamos dispuestos a pagar por ello,  el gozar de un sueldo habla del valor que tienen nuestras habilidades: ya sean físicas, intelectuales, sociales e incluso, espirituales.  La compensación financiera que se recibe por el trabajo es un reflejo de nuestra capacidad creadora y de nuestro potencial de contribución al bien común mediante los productos y servicios que ofrecemos a la sociedad.

Más importante aún es el hecho de que en el trabajo no se satisfacen sólo necesidades materiales. Encontramos ahí pertenencia a un grupo social y resolvemos nuestro apetito de socialización. ¿Cuántos de nosotros no hemos construido una amistad profunda o hasta hemos encontrado una pareja en el trabajo?

En las tareas cotidianas nos ponemos a prueba en la solución de problemas y situaciones nuevas que requieren una respuesta efectiva y esos pequeños logros construyen nuestro desarrollo y nos permiten conocernos a nosotros mismos.  La actividad productiva nos da la oportunidad de experimentar éxito: ¿quién no se ha sentido satisfecho por un trabajo bien hecho? ¿quién no se ha sentido orgulloso de cumplir un aniversario laboral y que sea reconocido por la compañía?  El trabajo debe ser una ruta de plenitud humana.

El nudo viene cuando empresa y colaboradores comparten la visión utilitarista del trabajo. Es cuando aparece el “tú haces como que me pagas, yo hago como que trabajo”. Ahí no hay crecimiento para nadie, sino que se crea un mundo oscuro de frustración mutua.

Sin embargo, es la empresa, desde su posición de poder como fuente de trabajo, quien tiene la capacidad de infundir en sus colaboradores una nueva mirada sobre la dignidad del trabajo.  Pero primero es necesario una reflexión profunda sobre cuál es la visión de la empresa que permea sobre el colaborador y su contribución a la misma.

Por ejemplo, el lenguaje que se utiliza es revelador: jefe y subordinado son palabras que marcan una superioridad; el vocablo empleado es un término utilitarista para referirse a la persona. Suena bastante distinto hablar de colaboradores y líderes.

En el mercado salarial, las compensaciones están establecidas por las empresas demandantes de mano y mente de obra, quienes han encontrado que donde tienen mayor control de costos es precisamente en las remuneraciones a sus colaboradores. Para no competir por los trabajadores más calificados, mejor todos pagan poco, equiparando el trabajo a una materia prima; sin considerar destrezas, responsabilidades y mucho menos la calidad entregada por el trabajador. Curiosamente, lideran un mercado laboral no competitivo y se quejan de la falta de colaboradores hábiles y comprometidos.

Las jornadas laborales que rebasan lo establecido por la ley pasan por alto el hecho de que el trabajo es una actividad de la vida, no la vida completa del trabajador. El supeditar a la antigüedad o al desempeño del colaborador las prestaciones de ley como la  seguridad social, las vacaciones o el reparto de utilidades despersonalizan al trabajador, pues parece que el acceso a una vida digna depende del juicio de otra persona, tan humana e imperfecta como el propio asalariado.

Esta confluencia de empresa y trabajadores en el desprecio hacia el trabajo comprueba que cultura mata estrategia. De nada servirá a la empresa diseñar estrategias innovadoras, basadas en tecnología de punta o generar alianzas con compañías líderes en la industria con este tipo de cultura.

La condición que subyace a un posible desarrollo de la empresa es pues, compartir valores, significados y visiones. Históricamente, ha sido el empresariado quien ha amasado la perspectiva actual. Desde su posición de poder y desde el deber moral, corresponde pues a él liderar el cambio para transformar la cultura laboral y con ello, habilitar el desarrollo humano y económico de la sociedad.

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